En un día siberiano de finales de febrero de 1974, Peter Handke, en carta a su editor Siegfried Unseld, dibujó un libro: «Me encantaría que estos tres poemas aparecieran en un libro de bolsillo, intercalados con tres o cuatro ensayos que en puridad no son ensayos, sino más bien unos poemas con una inclinación política más abierta y que actuarían como contraste. […] Imagino un libro apasionante, concentrado y directo. Me gustaría hacer unas fotos más para el ensayo sobre arquitectura […]». Ese libro –catálogo de perplejidades ante el sinsentido del mundo, la carrera de armamentos, el correr sin cuento de las opiniones ajenas, el descaro con el que las tecnocracias, ayer y hoy, organizan un espacio de libertad vigilada, «todavía en obras y ya una ruina»– es este libro. Frente a la noche del mundo, Handke rescata a la lengua del hábito adquirido y del gesto vacío, y transmite la alegría del niño que trata los objetos como trata las palabras: rompe, juega y recompone, y todavía no pone una cara cuando es fotografiado.
Esta edición, traducida por Adan Kovacsics, recupera también la «Canción de ser niño», que Handke compuso en 1986 para El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders. El poema recoge algunas de las piedras sembradas en Cuando desear todavía era útil y las arroja «como una lanza contra el árbol» para que sigan «vibrando hasta el día de hoy».