Ya con la publicación de su primera novela, La mirada del ángel, Thomas Wolfe alcanzó una fama tan grande como escritor que su nombre empezó a sonar inmediatamente para el Nobel de Literatura, pero aún así su madre siempre sostuvo que, de todos sus hijos, el mejor, el más inteligente, el más extraordinario, el más brillante, no había sido Thomas, sino Grover, el chico que perdieron en 1904 cuando solo tenía doce años...
Wolfe tenía apenas cuatro años cuando ocurrió la tragedia, pero, como toda la familia, siempre tuvo muy presente a su hermano. En la primavera de 1937, poco antes de morir, concluyó El chico perdido, un relato hermoso y desgarrador que coge a Grover de la mano para adentrarse con él en la resplandeciente pureza del mundo de la infancia y en la insondable oscuridad de la pérdida y la ausencia.