Vivimos entre metáforas. No solo en el campo de la literatura.
Hablamos con las metáforas que crearon nuestros antepasados
y acuñamos nuevas, sumándolas a esa infinita cordillera que
representa el lenguaje. Pero no somos conscientes del arma que
tenemos entre manos. Porque la metáfora no representa
únicamente lo que ya es, sino lo que podemos llegar a concebir.
Es lo que permite sustituir el mundo dado por el mundo
imaginado, y como tal puede otorgar vida, pero también
arrebatarla. Las mujeres siempre hemos sido carne de metáfora.
¿Y si abandonamos a los monstruos y espectros y dejamos atrás
las casas encantadas para ir a explorar nuevos territorios?