Mientras aterrizan en nuestras mesas verduras transgénicas, carnes que nos producen enfermedades y pescado de piscifactoría, desaparecen todos los productos territoriales «típicos», considerados anómalos por la legislación internacional.
De este modo, nos estamos resignando a decir adiós para siempre a los alimentos que constituían el punto de encuentro entre cultura, placer y lugar.
Todos sabemos que la cocina está muy ligada a un territorio específico y a una exigencia de satisfacción de los sentidos.
En cambio, que para ser buenos cocineros debamos de ser también cultos, no es tan obvio. La cocinera anónima que nos descubre las recetas de la tradición culinaria francesa de principios del siglo xx no se limita a enumerar los ingredientes, o a indicar las dosis y los menús. Con la preparación de los platos, hace emerger el arte de quien sabe cómo satisfacer los paladares, entretener a los invitados y deleitar a los curiosos con espíritu mundano.
Un savoir faire atentamente recogido en este libro y revelado al lector como un secreto. Las recetas, con innumerables referencias, giros sorprendentes y una picante seducción, de una mujer de «costumbres fáciles» se transforman así en breves narraciones de una vida feliz, que transcurre entre salones, cafés, la ópera y chambres de bonne. Recetas que despiertan nuestra memoria llevándonos a un mundo donde los alimentos se presentaban como verdaderas joyas, una pequeña obra para dedicar al placer propio y ajeno.