Ruskin decía que su mente trabajaba -como un símil de Virgilio, muchos pensamientos en uno-. Los mitos griegos se entrelazan en La reina del aire como un sedoso damasco que su autor se encarga de desurdir para nosotros mediante un diálogo constante con el lector. Una vez dejamos que Ruskin nos guíe a través de los mitos de Atenea, resulta difícil volver a pensar en ellos, si es que alguna vez lo hemos hecho, como historias excéntricas u obsoletas. Por el contrario, la interpretación que nos brinda resulta tan perspicaz y elocuente que plantea cuestiones tan urgentes como dispares. Por eso, al leer sobre los fundamentos de la arquitectura, las familias de plantas o las deficiencias del modelo económico, no hay que tirar de los temas como hilos molestos que sobresalen de un tejido. Todos tienen su lugar, y veremos que se entretejen hermosa y sabiamente si aprendemos a confiar en la unidad que preside una obra tan rica y compleja como La reina del aire.