«Una primera mirada al interior de techos altos, humeante y abarrotado de mesas de la Rotonde produce el mismo efecto que la entrada en la pajarera de un zoológico. Se escucha un tremendo escándalo de graznidos de distintos tonos, interrumpido por los muchos camareros que vuelan a través del humo como una bandada de urracas blancas y negras.
Las mesas están todas ocupadas –siempre lo están–, alguien es empujado en una dirección, algo se cae, entra más gente por la puerta giratoria, y después de gritarle lo que quieres tomar a una espalda que se va, miras a tu alrededor y te fijas en las personas, de una en una.»