«Me gusta crear personajes con defectos. Gente que la lía, que es cabezota, que tropieza varias veces con la misma piedra. Porque cuando al final rectifican y se convierten en alguien mejor, me enseñan que, si me esfuerzo, yo también puedo hacerlo».
Eso es lo que piensa Camila, la chica con la que se pasó toda la adolescencia compitiendo. Pero al acabar el instituto, después de un beso, un cajón metafórico que reventó antes de tiempo y una fiesta, la perdió a ella.
Tres años después, cuando Bosco ha superado la peor noche de su vida, vuelve a encontrársela. Y, por culpa de esa copa de más que se ha tomado porque «de perdidos al río», acaba convertido en su novio falso.
Ahora, no sabe qué odia más: si verse obligado a mantener una relación de mentira con su peor enemiga o la alegría con la que reciben la noticia Nacho y Andrés.
Lo que sí que sabe es que ha empezado un nuevo juego, esta vez sin reglas, y que está dispuesto a dejarse la piel para ganarlo.