Yo quería hacer con los goles de Hugo Sánchez lo que después quise hacer con mi vida: detenerlos en el tiempo, congelar la felicidad y mantenerla envasada en la nevera. Me avergonzaba cuando mis padres abrían la habitación y me encontraban un martes por la noche dándole al play y escuchando aquello embelesadamente, tratando de sentir dos días después lo mismo: cazar el instante, y por tanto devolverme a esos pocos segundos en los que era feliz de una manera extram y bellísima.