Lo más importante es el aliento. La respiración calma y lenta, la paciencia del aliento; primero hay que escuchar el propio cuerpo, escuchar los latidos de tu corazón, la calma de tu brazo, de tu mano. El fusil tiene que convertirse en una parte de ti, en una prolongación de ti.Antes incluso que el blanco, lo importante es uno mismo. Hay que organizar el espacio, tanto si te encuentras en un tejado como detrás de una ventana, en cualquier lugar, tienes que controlarlo, hacerlo tuyo. Nada más molesto que el paso de un gato a tu espalda o el vuelo de un pájaro. Hay que ser uno mismo y nada más, con el ojo en el visor, el brazo metálico tendido hacia el blanco, para alcanzarlo.
Como si de un artista se tratara, el joven protagonista de esta novela vive dedicado al perfeccionamiento de su disciplina: el tiro. En medio de una ciudad sitiada, cuyos habitantes apenas recuerdan los días en que salían de sus casas sin miedo a no regresar jamás, este francotirador observa desde su tejado cómo todo degenera, cómo los sentimientos más puros se pervierten. Así, a través del visor de su fusil y con un sentido de la realidad deformado, su fascinación por el tiro perfecto le conducirá a un amor imposible, cruel y preciso como la trayectoria de una bala.