Carlos de Amor emprende en esta novela la búsqueda de dos personajes especialmente esquivos. Y hace al lector partícipe y, sobre todo, cómplice de un empeño que tiene mucho de quijotesco.
Hace unos meses, como le ocurre a menudo, llegó a su correo un mail que activó su instinto periodístico: un historiador del arte de Barcelona le hablaba de la posibilidad de que un Velázquez estuviera en manos de un coleccionista privado. El retrato de una dama desconocida.
A partir de ahí, se apoderó de Carlos el afán por descubrir quién era esa dama del siglo XVII y dilucidar si detrás de aquel óleo baqueteado por el tiempo estaba la mano del maestro de los maestros de la pintura.
Mientras investigaba, el autor empezó a imaginar cómo sería ese Velázquez casi niño, aprendiz en el taller sevillano de Pacheco, enamorado de la hija de su maestro, su primera musa. Le siguió a Madrid, a la corte, donde enseguida su talento le abrió las casas más encumbradas hasta llegar al Rey, de quien se convirtió en pintor predilecto y hombre de confianza.
Carlos del Amor nos invita a ponernos en su piel, a acompañarle a solemnes museos, polvorientos archivos, laboratorios de restauración, madrigueras de coleccionistas, subastas glamurosas, y por el camino, abre una ventana a nuestro Siglo de Oro, y nos retrata al artista ensimismado.