«En aquel momento, tanto Julia como Elisa detuvieron sus pasos, sin decirse una palabra. Renunciaban a todo movimiento para poder saborear cada una de aquellas palabras. Palabras que parecían venidas de muy lejos. Con un aire de ser y de no ser. Y se quedaron junto a un alcorque, en el que una acacia de color amarillo intentaba por todos los medios mantenerse con vida».