A finales de los años sesenta, con la música pop convertida en el alimento anímico de miles de jóvenes en España, y todavía bajo el peso de la dictadura, se produjo la tan esperada revolución rockera que ya anidaba en gran parte del mundo después del fenómeno Beatles y los felices sesenta de los que aquí no disfrutamos demasiado. Llevar el pelo largo no estaba bien visto. Ser hippy era ser drogata. Amar el rock te convertía en un disidente peligroso para los buenos usos y costumbres del pacatismo nacional. Pero aquello ya fue imparable. 1969 empezó a cambiarlo todo, y al alumbrar los setenta, al producirse y estallar la mejor etapa de la Historia del Rock, por fin vivimos y disfrutamos de la mejor de las músicas, incluso en vivo, con las primeras actuaciones de algunos grandes. Seguía la censura global, los discos no llegaban o lo hacían tarde y, además, en algunos casos, cruelmente amputados. La prensa musical de los primeros años setenta (Franco murió a fines de 1975) fue una prensa heroica, única. Gracias a ella y a los que comenzaron a tomarse en serio esta vocación, como profesionales de la información, los miles de adictos se enteraban de lo que sucedía y cómo sucedía, porque ni la TV y raramente la radio programaban a la mayoría de grupos rockeros. En este contexto, como dice Jordi Bianciotto en el prólogo de este libro, la figura de Jordi Sierra i Fabra fue capital:.