Es la mañana siguiente a la verbena del solsticio de verano, y no podría haber empezado peor para el comisario Georges Dupin. Su madre no deja de llamarle al móvil para que vaya a París a celebrar su 75 aniversario. Su secretaria Nolwenn está organizando una marcha de protesta en vez de atender la comisaría con su eficacia habitual. Y él... él está en la lonja de Douarnenez, un pueblecito en la costa de Finisterre, sin haber tomado todavía su primer café, rodeado de desperdicios de pescado y frente a un contenedor con un cadáver.