Con Guardar las formas Alberto Olmos debuta en la narrativa breve y nos ofrece una magnífica reflexión acerca de la libertad creadora y el uso del lenguaje. Un hombre se queda encerrado en una casa, mientras un escritor se encierra en un estilo. Una mujer ve dobles las botellas y el narrador ve dobles los adjetivos. Un macarra no sabe si a sus vecinos les ha tocado la lotería, pero a él le ha tocado ser un cuento en primera persona. Una inmigrante recibe en su teléfono móvil tres horas de silencio, y el autor pone los puntos suspensivos. También hay un anciano moribundo que quema todos sus libros, una carta que una niña leerá cuando sea adulta, un cuarentón que busca no cometer su crimen, un chaval que se hace un lío con el VHS y un jubilado que, como Alberto Olmos en este libro, consigna sus encuentros con la vida. De amor se habla hacia atrás y de parejas hay dos combates. Guardar las formas reúne doce maneras de ponerse por escrito, doce situaciones de riesgo donde la soledad, el dinero, la tecnología o la muerte nos inspiran terror, empatía, fascinación o estremecimiento. El cuento enseña a ceder enseguida la palabra, y este debut de Alberto Olmos en la narrativa breve, debut en el que abundan la indagación y la fiesta, trata sobre todo de dar voz a los otros, de huir de sí.