En estado de pérdida de equilibrio, desde el borde invivible de la vida, esperar. Esperar el fin. El fin: por definición, lo que nunca llega. Escarbar la tierra, hacer un agujero, chupar el agujero, lamer la piedra. Agotarse. En un repertorio de gestos elementales que extenúan el cuerpo. El esfuerzo nuclear de dar un solo paso, la fuerza descomunal que exigen dos. Hacerse padre para hacerse hijo, hacer una imagen. Girar en la rotonda anterior al Purgatorio, gastar el aro mental. Escarbar la lengua, hacer una imagen, chupar la palabra hasta el hueso. Lamer el nervio duro de una forma. Dar forma por aproximación, cortar y sacar, mover la mano exhausta en el espacio. Darse algo en lo que creer. Algo que justifique esto. Qué es esto. O mejor: cómo es. No hacer nunca sentido. Descender. Decir no. No decir sí a la vida. Malvivir. La cabeza lúcida e implacable de Hélène Cixous beckettea a Beckett. Cabeza como una flecha, en trance. Cabeza que rasga y ve. Cixous ve. Acuna el nervio y la piedra, atraviesa a Dante, a Shakespeare, a Kafka, a Proust. Mapea a los derrumbados, a los agotados del borde. Con sus ojos terribles y tan tiernos. El lujo del cráneo-Cixous, sumergido en el cráneo-Beckett. La síntesis arrasadora de Cixous, su regalo. Este libro como un regalo, por amor. La ofrenda del que ve hasta no poder más. Y puede un poco más. ¿Qué más? O mejor: ¿cómo puede? Hay alguien que puede ver a Beckett. Es Cixous.